21 dic 2013

Esto lo escribí ayer después de pasarme toda la tarde bloqueada y sin que me saliera nada. Espero que os guste.  
<< Se escucha un leve sonido, son las doce, o eso marca el reloj de pared. No se escucha nada más, solo el sonido mecánico de su interior. Rompiendo el silencio que , tan incómodamente, se extiende entre los dos. Las miradas se cruzan, al contrario que las palabras, callados como si se hubieran quedado sin habla se observan el uno al otro. Al eco del tic tac se une el latir de sus corazones. Bumb-bumb, bumb-bumb… Uno tras otro, pero algo los diferencia, uno va más deprisa que el otro, se desboca. Acelerando cuando menos se lo espera, eso hace que la sangre le circule más rápidamente. Sus mejillas se tornan rojas, como dos hermosos tulipanes.
- Parece que es pronto.
No es que haga escasos minutos que se han conocido, pero, parecen desconocidos. Ninguno de ellos habla de su vida ni se inmiscuye en la del otro.
Ella, sofocada por el calor que le produce esa pequeña alteración, y el enrojecimiento, sonríe. No puede evitar moverse, inquieta, en el sillón en el que se ha sentado, la tela con la que se ha forrado deja que desear. Molesta y pica. La piel que ha quedado al descubierto, rozando la felpa se vuelve roja, igual que sus mejillas, no puede dejar de rascarse.
- Sí, lo es.
El hombre lleva el pelo largo, es marrón oscuro aunque se hace algo más claro en la parte baja de este, y su rostro se oculta bajo una, aparentemente, suave barba. Al  estudiarse con la mirada, se puede ver como los ojos de él brillan con especial luminosidad. Vaya, es curioso. Son de color chocolate, cautivadores y envolventes, al mirarlos parece que sea capaz de transportarte a otra dimensión.  Te trasladan, te cambian por dentro y por fuera, hacen que hasta tu estado de ánimo sea completamente distinto. Son capaces de crear una oleada de calor, puedes notar como te sonríen.  
Ella, en cambio, lleva el pelo corto, no le llega apenas a los hombros. Pero eso también se debe a sus rizos, preciosos tirabuzones se crean en sus puntas.  Rojo como las llamas, brilla bajo la tenue luz de la lámpara, que más allá del sillón en el que se sienta él alumbra una mesita. Un gracioso mechón cae sobre su ojo derecho, tapandolo parcialmente. Ellos son verdes, pero de un color claro, muy claro, podrían parecer casi blancos. Se asemeja a una muñeca de porcelana, su piel es tersa y blanca, y sus labios parecen haber sido dibujados e incluso pintados a mano.
El nerviosismo no ha desaparecido de su interior, se pasa la mano por la cara. Lo mira, y baja la vista. >>

Para H, mi héroe caído. Gracias por ayudarme siempre.

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