3 abr 2014

Querido Sherlock...

Hay tantas cosas que contar, querido Sherlock. Ya sabes el principio, pero no el tuyo. Es la primera vez que te escribo, la única vez que lo haré, donde contaré cual será mi final. Solo tu lo sabrás, porque nadie logrará imaginar mi, distinta, realidad.
No hace más de dos años que empezó, el desastre, el horror y la pérdida de todo aquello que amaba, junto a mi alma y mi corazón. Tengo miedo, mucho, siempre lo he tenido, pero jamás nadie ha estado ahí para sacarme de este profundo pozo en el que me encuentro. Tal vez pienses que podría seguir un poco más, pero… No te engañes, tarde o temprano, acabará conmigo.
Se puede decir que soy nueva en esto, no le he hablado a nadie de mi problema, me atemoriza el hecho de que la gente pueda repudiarme aún más de lo que ya lo hace, por ser distinta a ellos. Desde hace un tiempo, que no puedo dejar de acariciar todas las cicatrices que yo misma me he hecho, liberando todo el dolor que me habían causando.
Cuando empezó, cuando aquella gran oleada  de dolor que me arrasó, no encontré salida, me buscaba, pero no llegué a encontrar la luz que antes iluminaba mi camino y me daba la paz que hacía que lograra dormir tranquila. Aquella que ahora ya no tengo y que solo consigo derramando cada una de las lágrimas que me escuecen los ojos tras la máscara. Aunque en determinados momentos ni eso me devuelve a la vida.
Te he hablado de las cicatrices, no son casualidad, a mi entender no son más que gritos de dolor, desgarradores, de aquellos que te encogen el corazón y te rasgan la existencia. Sí, yo misma las hice, cogí mis adoradas amigas, las culpables, brillantes, hermosas y en ocasiones, muchas, manchadas de mi propia sangre.
Todo es un cúmulo enorme, como una bola de nieve que se va haciendo más y más grande a medida que la arrastras. Mi problema, sencillamente, la sociedad. Familia, compañeros, amigos, o aquellos que creía que lo eran. Todos tan iguales, tan perfectos, como robots programados para ser completamente idénticos, simples maniquíes vestidos con la misma ropa.  Responsables de cada una de mis heridas, de los sentimientos de ira y desconsuelo que han asolado mi ser.
Pequeño Sherlock, tengo miedo a volverlo a hacer. Es adictivo… El dolor no existe, desaparece y se vuelve algo placentero. Las manos me tiemblan y la culpable no descansa. Un mes limpia. No más heridas. Pero ya no se si puedo seguir así, si puedo ser fuerte. La agonía hace mella en mi, me desgasta, y me consume.
No, no puedo. Como una sombra oscura se vuelve mi espíritu. Creo que muero, si no saco todo lo que llevo dentro acabaré por hacerlo. No quiero, por favor, ten piedad de mi, borra este dolor, dejame vivir.
Las lágrimas acechan el fin, y caen descontroladamente. Pobrecillas, para ellas ha acabado la vida, puede que para mi también.


Una gota cae sobre el diario, aquel que compré hacia una semana. Con la manga de la camiseta intento secarla, pero la tinta se corre y pasa a la fila de debajo. Ahora me la restriego por los ojos, igual que las manos, que se manchan del rimel que antes los adornaba. Cojo la pluma de nuevo entre mis dedos y repaso aquello que se había esparcido.
<<Creo que muero>>


Intento luchar, lo intento, de verdad. Pero ha llegado el punto en el que creo que ya nada vale la pena. Estoy cansada de darme contra un muro, de herirme las rodillas al caer, de sangrar sin querer. Todo carece de valor. Estoy vacía, no siento nada más que dolor, aquel que todo el mundo provoca en mi, me siento estúpida. Ya no distingo la realidad del mundo paralelo que hay dentro de mi cabeza. Solo quiero desaparecer, esto es lo único que me anestesia, estoy cansada de perderme.
He dejado de ser yo, mi cuerpo no es más que el de una alma en pena que vaga por la tierra, que se arrastra por este mundo para poder sentir algo.


Como si fuera lluvia, las lágrimas se escapan de mis ojos, mojando todo lo que encuentran, resbalando por la página y emborronando todo aquello que tienen delante. Las letras ya apenas se entienden, pero da igual.
No puedo respirar, la desesperación me oprime el pecho, detiene mi corazón, y atrapa mis pulmones, para que apenas pueda entrar oxígeno. Empiezo a hiperventilar, poco es el aire que entra y demasiado el que sale.
Tengo las mejillas húmedas, demasiado, ahora el cuello también se moja. Rebusco en el cajón, encuentro la caja, y me siento en la cama. Cruzo las piernas, que también se empapan.
La abro. Dentro hay un par de vendas, yodo, y mis preciadas amigas, aquellas que jamás me han abandonado.
Tomo una entre mis dedos, y la acaricio. Me la paso de una mano a otra, admirandola. Brilla, es completamente perfecta. No entiendo como algo tan pequeño y distinto es capaz de hacerme sentir esta paz.
Me quito los pantalones, también la camiseta. Ya no hay nada que me cubra. Paso la cuchilla por mi piel, solo la rozo… Pero entonces, la pongo en vertical… La apreto, noto como se va haciendo paso por mi tejido y hago una linea recta. Las lágrimas vuelven a asolar mi rostro, mientras observo como pequeñas gotitas de sangre van apareciendo. Me hormiguean las muñecas, ellas también quieren.
Uno, dos, tres, nueve, diez, catorce… Mi nueva obra de arte ya empieza a cobrar forma. El escarlata ya empieza a teñir la colcha, mis piernas. Ahora voy a por ellas. Más… Veinte, treinta y dos, cuarenta. Las repaso, poco a poco, haciendo que cada vez sean más profundas para que así puedan escapar más fantasmas de los que viven en mi cabeza, aquellos monstruos que me han creado. Gritan, no dejan de hacerlo, pero yo tampoco dejaré de intentar callarlos.


Adiós, Sherlock.


Aquella noche, Beth, acabó con su vida, y con la de Sherlock, el mayor espectro que la perseguía.


Esto, va dedicado a todos aquellos jóvenes que sufren o han sufrido acoso y que han tenido que recurrir a la auto-lesión para poder callar los chillidos de lamento que los torturaban. Va por vosotros, VALIENTES.

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