Enyd, los viajes nunca son fáciles.

Creo que este es el principio de un pequeño relato que tengo en mente... A ver que os parece. 

Antes de que pudiera acabar de parpadear, le vio. Aquel hombre era hermoso, de los suyos, y posiblemente, estaría dispuesto a conversar con ella.
En realidad la muchacha se moría de ganas de tirarse a su cuello, ella jamás había sido así pero en aquel momento no había nada que deseara más que notar el corazón del hombre de cabeza rapada, junto al suyo, palpitando al mismo son.
Se suponía que aquella barbacoa se había organizado para que los nuevos llegados a la comunidad se sintieran algo más integrados. El cielo brillaba junto a la luz del sol, iluminando todo a su paso. Enyd siempre había creído que cuando un ángel se sentía feliz se reflejaba en el exterior, o eso le había contado su abuela cuando no era más que una cría.
No podía dejar de mirar al muchacho, cada uno de sus poros hacía que se sintiera atraída por él, ya no solo amorosamente, sino también con el afán de conocer más del desconocido.
Se acercó a él, estaba a punto de rozar su brazo con la mano, cuando alguien le agarró el suyo para llamar su atención.
- Enyd, había pensado en que tal vez te gustaría que fuéramos a dar una vuelta.
Quinn, el hijo de el líder, aquel que había sido respetado desde el inicio de los tiempos. Era rubio, su pelo brillaba tanto como el fuego, y sus ojos te inundaban como el mar. Siempre iba bien vestido, con sus polos y sus bermudas, zapatos inmaculados y con ropa de muy buena calidad.
- No, gracias. Eh.. Tengo cosas que hacer.
Le dijo, mientras empezaba a andar en dirección contraria, alejándose de aquel individuo, quien la miró y observó a la vez que daba un sorbo a su bebida energética. En algún momento acabaría siendo suya.
Aquella promesa quedó en su mente, retumbando como si fuera un eco.

Ese día no ocurrió nada más, al volver, la muchacha no encontró a aquel hermoso ser, le perdió la pista, hasta que él mismo se quiso hacer ver.